domingo, 22 de julio de 2012

Placeres de pasarela

Por: Roberto Ríos Vargas

Son prácticamente las siete de la tarde. Ha empezado la improvisada pasarela de cuerpos masculinos frente a un público femenino cada vez más excitado. El público abarrotó “El Felino”, más de lo que esperaba el organizador, un homosexual delgado y viejo dedicado a dar clases de zumba por los rumbos del metro Apatlaco.

La tentación era grande, el organizador aprovechó la gran asistencia ofreciendo “cómodos privados”. Ana, por tener como llamarla, decido hacer lo que hace mucho tiempo había pensado, engañar a su esposo con otro hombre, y ¿por qué no?, si su esposo la engaña ya hace varios años con la secretaria de la empresa en la que trabaja. Después de haber ingerido ya casi siete copas de vino y con las ganas de venganza, escoge a Michel para llevar a cabo su cometido.

Son ya las siete y cuarto. Unas zapatillas y un pantalón de mezclilla ajustado resaltan la cadera, los glúteos y las largas piernas de Ana, que son acompañados por sus firmes senos envueltos en una blusa roja; todo ese cuerpo se encuentra ya instalado en un cuarto de baño. La puerta se abre y ante sus ojos aparece Michel, el cuerpo de la infidelidad justificada.
La puerta del baño se cierra tras la entrada de Michel. Ana se acerca decidida a tomar al chico por el cuello, lo jala, lo besa, una y otra vez; su lengua recorre los labios masculinos, baja por el cuello y continúa en su pecho, luego, va más abajo y encuentra el musculoso y bien torneado abdomen del chico, sin soltarlo como una boa atrapando a su presa, vuelve hacia los labios y lo besa con pasión y desesperación. Michel se muestra excitado y sigue el juego.
De inmediato los brazos del stripper, rodean la cintura de Ana. Con un choque de sexos, el chico musculoso retira la blusa de la fémina que deja al descubierto sus senos erguidos. Michel ahora es quién toma el control de la situación. 

Ana dice en voz alta: - “hazme tuya, papito”, “dámelo todo”, “llénamelo de leche” - y una serie de vulgaridades que no se atrevería decir con su marido. Una ligera sonrisa escapa de la cara de Michel, sabe que podrá hacer lo que se le ocurra con Ana, es un desfogue, sexo de ocasión y sin compromiso, pero a la vez sexo sin amor.

Ahora Michel decide retirar el sostén, de inmediato ambos senos seden ante la gravedad, ahora el pantalón, Ana ahora esta de espaldas y cooperando para que la ropa pueda salir lo más rápido posible y sin cortar el erotismo del momento, después de quitarle el pantalón, una tanga negra y de encaje hace su aparición, Ana sumamente excitada se voltea y lleva su cabeza a la entrepierna del chico y comienza con una sesión de sexo oral que por los gestos de Michel parece placentera.
La mujer ya sin pantalón y el hombre con una sola prenda siguen seduciéndose entre sí, las manos en los sexos contrarios, y las bocas en cualquier parte de los cuerpos opuestos. Michel sostiene contra la pared a la ama de casa y baja poco a poco, hasta llegar al punto fuga de Ana.
Después de tal experiencia, el chico toma por la cintura a su compañera, le da la vuelta, y la inclina un poco; ahora Ana esta recargada sobre en lavabo con las piernas firmes y el trasero levantado, la humedad de su vagina revela que el siguiente paso será placentero.
Michel tiene cuidado e introduce su miembro, Ana suelta un gemido parecido al de un animal en celo, Michel va una y otra vez, la toma por la cintura como tratando de aprisionarla, los gemidos de Ana se pierden con la música de fondo que se escucha, ahora el chico decide cambiar la posición en la que se encuentra, levanta a Ana, le abre las piernas y en el aire vuelve a introducir su miembro en la ya muy húmeda vagina de Ana, los gemidos son cada vez más intensos y prolongados una y otra vez, hasta que Ana suelta un grito que se ahoga en bullicio, el cual revela un orgasmo intenso y satisfactorio.

Michel por su parte no deja de entrar y salir así pasan los minutos que parecen horas de placer hasta que él también logra alcanzar el clímax. Ambos se abrazan y se funden en un gran beso. La tenue luz que ilumina la escena muestra dos cuerpos desnudos como si fueran los de grandes amantes, ya son más de las ocho, el tiempo y el espacio se perdieron por un rato, Ana recoge su ropa, se enfunda en su pantalón ahora ya sin tanga, se pone rápidamente el sujetador y la blusa y por último se acomoda el cabello; Ana se muestra feliz y satisfecha, pero sabe que es tarde, su esposo ya debe estarla buscando. 

Michel también se viste; Ana lo observa, lo besa, vacila un poco y mete dentro del pantalón de Michel su tanga de encaje, le pide que la conserve y se marcha.
Al abrir la puerta, algunas asistentes que aún estaban en el evento la miran buscado algo que la delate y muestre lo que hizo dentro del baño; unas murmuran, otras en tono de broma le dicen: – oye, si sólo era un rato –, Ana alza la cabeza y esboza una sonrisa de complicidad.
Justo en el momento en que Ana cierra la puerta del baño, su marido irrumpe en el lugar, se ve molesto, alcanza a Ana, la toma de la mano y la jala hacia el exterior reclamando su asistencia en tal evento; cruzan la calle y lejos del bullicio, el marido choca la palma de su mano contra el rostro aún sonriente de la chica.
Ana, no muestra señas de dolor por el golpe, ni arrepentimiento por lo que acaba de suceder en “El Felino”, ahora ya sabe lo que es dar rienda suelta a la pasión y sobre todo se ha cobrado una de tantas infidelidades de su marido. Un cuarto de baño, el bullicio del lugar y el cuerpo de Michel son ahora mudos testigos de esta historia llamada Placeres de pasarela.

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